Vidas enterradas
Código de Hammurabi (Rey de Babilonia, 1792) 129: «Si la esposa de un
señor es sorprendida, acostada con otro hombre, los amarrarán y los
arrojarán al agua».
A Gabriel García Márquez (1927) se lo perdonaron todo, hasta ese
último libro, Memoria de mis putas tristes, apología de la violación, la
misoginia y la violencia contra las mujeres, que recibió el mismo
aplauso que sus magníficas obras anteriores, y no era ficción nacida de
la mirada, era la pluma del escritor. Todos coinciden, la mujer es
inferior.
En el siglo XXI continuamos fabricando cultura masculinizada,
construyendo sociedades duales, de varones y hembras, de fuertes y
débiles, de dueños y esclavas. Y ahora cuando al final de esa monstruosa
arquitectura de relaciones económicas, emocionales y demás variables,
algunos de ellos terminan matando a su propiedad privada, las mujeres,
se enciende semanal o mensualmente el piloto ámbar, a modo de
recordatorio de «ha caído otra».
Algunas instituciones arbitran paquetes de medidas de Mejoras de los
Procedimientos, las organizaciones de mujeres nos manifestamos, en las
localidades se declara luto, y todo sigue igual, ¿no será que la
respuesta o no es la adecuada, o es cuanto menos tremendamente
insuficiente?
En ausencia de otros patrones, se siguen elaborando identidades a
partir del dominio y la posesión. Esta constatación supone un clamoroso
fracaso político. No podemos permitir ningún retroceso en los
instrumentos de prevención ni facilitar el desarme social y cultural
frente a esta insoportable violencia.
El feminicidio, en tanto que asesinato sexista, es la cima de la
normalización y la tolerancia de la violencia de género, erradicarlo es
una emergencia social, que requiere una determinación total y global, y
es una condición para no agrietar más la democracia.
Kechu Aramburu del Rio
Publicado el martes 12 de Agosto del 2014
En el Correo de Andalucia.