martes, 19 de agosto de 2014

¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán!


Poema de Walt Whitman escrito en homenaje a Abraham Lincoln, presidente de EEUU, después de su asesinato en 1865. Se publicó por primera vez el mismo año en un apéndice adjunto a la última versión de Hojas de hierba, su obra maestra.

Robin Williams, no era ningún clown refugiado en las drogas, era uno de los mejores actores de su gremio, que había conseguido sin estridencias, influir en cualquier docente que tenga la vocación y la pasión de sacar de su alumnado lo más valioso de sus entrañas. Casi todos y todas hubiéramos querido ser en la vida real el profesor Keating, ese maestro que la dirección y algunos padres demonizaron, acusándole de hacer una revolución iconoclasta, por ser un profesor que inculcará el amor por el carpe diem y la poesía en su aula. Dice alguna pedagogía que en las zonas de exclusión social con que haya un 10% de alumnado que se interese por lo que enseñas la labor ya merece la pena. Ni muchísimo menos nuestras expectativas contra el fracaso escolar y por el desarrollo de la inteligencia emocional, son tan altas como las de El Club de los poetas muertos.

Coherente hasta la extenuación valoró, legítimamente ante la cercana consideración biológica de anciano, que su deterioro no era asumible ni ética ni estéticamente y no barajó gestionarlo de otra manera, sino que insistió tozudamente en liquidar el pasaje de la vida. Y sin ninguna poesía se ahorcó con su propio cinturón, amén de intentar cortarse las venas, imponiendo la realidad a la ficción. Nunca quiso contaminarse de la toxicidad de Hollywood, y se torturó por la senda que había tomado su existencia en los primeros años de fama y reconocimiento. Y confesó aquello de «Hay un vocecilla diciéndome que soy una basura, que no soy nadie, créanme».

¡Oh Capitán! ¡Mi Capitán! Nuestro temeroso viaje esta hecho;
el buque tuvo que sobrevivir a cada tormenta, el premio que buscamos esta ganado;

el puerto está cerca, escucho las campanas, todo el mundo está exultante,
mientras siguen con sus ojos la firme quilla, el barco severo y desafiante:



Pero ¡Oh corazón! ¡Corazón! ¡Corazón!
Oh, las lágrimas se tiñen de rojo,
mi Capitán está sobre la cubierta,
caído muerto y frío.


Kechu Aramburu
Publicado en el Correo de Andalucia.
Martes 19 de Agosto 2014