sábado, 4 de enero de 2014

Qué magos, qué reyes

Calificar de irreverente, “herodiana” y por ello censurable una determinada mirada de la fecha, como si estas letras olieran a Baudelaire, Voltaire o Freud, sería una irresponsabilidad, por no permitir que corra el aire un poco más.

Los Reyes Magos unen historia y religión. A lo largo de los siglos muchos han salido en su búsqueda. Marco Polo vio sus tumbas en Irán, la emperatriz Elena se hizo con sus restos, Federico Barbarroja robó su sepulcro. Actualmente reposan en la catedral de Colonia. Es imposible saber con certeza si el féretro dorado custodia a los auténticos Reyes Magos. Lo que está claro es que su viaje no terminó el día en que regresaron de Belén.

Los alambicados datos refuerzan la fascinación de estos misteriosos personajes. El Evangelio de Mateo, que cuenta la verdad teológica, no dice cuántos eran, pero sí que llevaban oro, incienso y mirra, que viajaron desde Oriente hasta Belén, intrigados por una estrella que anunciaba el nacimiento de un rey, y que se enredaron con el sanguinario Herodes. 

 Amén de ser los primeros no judíos que lo reconocieron como Dios, celebrando la Iglesia a partir del siglo IX la Epifanía, para designar la fiesta de la revelación de Jesús al mundo pagano. 

La Institución Católica como el pueblo en general han versionado los hechos y la personalidad de estas figuras, incluyendo el presunto estatus real. 

Aunque Benedicto XVI ha cuestionado con brocha gorda en su libro “la infancia de Jesús”, la existencia de mula y buey en el pesebre, así como la fecha y el origen de su nacimiento, dejando solo en pie, precisamente la virginidad de Maria.

El poderoso atractivo litúrgico de la Noche de Reyes, la fuerza ceremonial, la explosión de belleza, el culmen de la alegría infantil, las desaforadas añoranzas de los mayores, el derroche de los que tienen, el calvario de los que no pueden.

Todo ello está envuelto en un finísimo papel de simbologías donde la magia la ponen la publicidad, los grandes almacenes, el mercado, el despilfarro, el consumismo más miserable, y se reconvierte la esencia cultural en “fiestas comerciales” donde se certifican con mayor crudeza, las diferencias sociales de los niños pobres y de los niños ricos, hasta herir la sensibilidad. 

Esta es la barbarie domesticada en un mundo sin piedad, con quienes no pueden sufrir más.

Kechu Aramburu del Rio.
Pubicado por el Correo de Andalucia el 3 de Diciembre del 2014