domingo, 24 de mayo de 2009

“Ni corruptos, ni contentos”, “ni cínicos, ni oportunistas”.


Mi querido maestro, mi querido Mario Benedetti, ahora que te has ido, te confesaré que a veces te fui infiel intelectualmente, no dormía cada noche sólo con tu poemario. Sino que en muchas ocasiones, mientras cerraba los ojos para repasar las convicciones que aprendí de ti: tu sentido de la traición, de la coherencia, tu compromiso con la vida, tu desprecio por los ególatras, y tus célebres frases, “ni corruptos, ni contentos”, “ni cínicos ni oportunistas”; en la nebulosa de mis sueños serenos pero inquietantes, no conseguí olvidar a García Lorca, a F. Pessoa, a Machado, a Cernuda, a Neruda, a nuestro Alberti… Pero tu antología convertía mis emociones en pasiones, y tardaba en recuperar la monogamia de tus versos.

Ahora más que nunca mi olvido está lleno de memoria; y aunque sé que ese sentimiento no formaba parte de tus principios, yo Mario no he tenido más remedio que tirar por la borda los rencores; recuerdo que tú siempre decías “que la verdad será, porque no hay olvido”.

Aunque el tiempo nos conmine, yo como tú no me doblego, pero es brutal el desasosiego, el código de agobios que dejo para luego; pero no me quedaré inmóvil, no quiero que me juzguen sin tiempo.

Voy a hacer una pausa, y no lloraré las mentiras, sino cantaré las verdades, sin pretextos, sin apiadarme de mi misma, aunque no siempre he entendido mis culpas. Pero sigo y seguiré en pie por mis latidos, así, incansable e insobornablemente.

También quiero que sepas que tardaremos en volvernos a ver, pero ya no serás solo mi agnóstica Biblia de la que jamás me separé, ahora ya has invadido mi maltrecha armonía. Pero amigo del alma. no me pidas que crea que la utopía ya no existe, si tú, mí osado, mi eterno Mario, eres parte de esa utopía. Viviré rodeada de tus frágiles dogmas, de tus lágrimas secas, de tus siglos de sueños…

Y seguiré transgrediendo alguna orden, para que el futuro se vuelva respirable. Pero me hace falta tiempo sin tiempo, porque todos estamos rotos, pero enteros, diezmados por los perdones, quizás un poco más gastados, pero más sabios y más sinceros.

De momento, mi querido Mario, me quedo, para desmenuzar el mundo, aunque expulsada y sin ganas de volver al exilio que me expulsa, por eso compartiré contigo el vértigo. Ahora sí me despido con tus quebrados susurros, diciéndome: “las batallas, sin medallas”. Hasta siempre Mario.


Kechu Aramburu.
Profesora de Filología Moderna y Género.
24 de mayo 2009.