lunes, 5 de mayo de 2008



Artículo de opinión

Kechu Aramburu del Río


De la “cultura del somentimiento” a la “cultura de la emancipación”




Trato sin que se me note de “repensar la política”, desde la diversidad feminista, para no ser anatemizada ni tampoco utilizada.

Partiendo de un principio tangible, y es que las mujeres no somos cuotas biológicas, por mucho atributo del sexo femenino, que aparezcan en los gobiernos, como maquillajes de tecnología punta.

La maternidad, “el síndrome de la abuela esclava”, la esposa-amante-cuidadora-madre, la profesional super-woman, la boliviana agente informal de la ley de dependencia, la mujer maltratada, la acosada o violada, son marcadores de una discriminación negativa, por razones de distribución del planeta en pobres y ricos, blancos y negros, norteños o sureños, con una supervariable que atraviesa clases, razas y países que es el vector de género, y divide el mundo en las categorías de roles masculino y femenino. Y a partir de ese principio, el “sistema” administra la cuota.

El feminismo, no es una línea de pensamiento organizada para dar respuesta a los retos de una civilización en crisis. La revolución que estamos llevando a cabo no es simbólica sino estructural. Y puesto que hemos sido sistemáticamente clandestinizadas, nos proponemos darle formato de ciudadanía, a la visibilidad de las mujeres.

Para comprender la transformación no estética que estamos abordando, con el objetivo de finiquitar el patriarcado, es necesario conocer cómo se han mutado los destinos, de pasar de circunscribirnos al matrimonio y la maternidad, a tener el pilotaje de la nave cada mujer en sus manos.

La ruptura se produce cuando las mujeres acceden al proceso productivo, a la formación ocupacional y profesional, cuando disfrutan de su sexualidad sin temor al embarazo, o cuando se deshacen de la tutela masculina.

Todo esto supone pasar de la “cultura del sometimiento” a la “cultura de la emancipación”. Esta conceptualización tiene zonas blancas que el sistema aún no ha resuelto, el poder sigue siendo masculino o hembrista con retoques amplificados mediáticamente a pesar de los efectos ópticos, por razones electorales, políticas o de cualquier índole de interés de grupo.

Es decir, el proceso de liberación de las mujeres está incompleto, dada la falta de complicidad de los que ostentan los privilegios, y de una legislación lo suficientemente punitiva pero no generadora de un sistema mixto de representación política y social, amén de los cánones culturales cuyas aristas son tan ancestrales como la propia concepción no ya de la derecha, sino también de una parte de la izquierda que concibe el feminismo como “pequeño burgués”.

El feminismo está satanizado por dar lugar a lo que se denomina el “malestar de la emancipación”. Las mujeres que hemos querido ampliar nuestro círculo de presencia pública sin renunciar al ámbito mal llamado “privado” hemos tenido que hacerlo como si fuéramos hombres, es decir, entrando en las regulaciones masculinas del “tiempo”, y de los estereotipos machistas, sabiendo que eso era una aparente claudicación para conseguir una “nueva revolución”.

Hoy, ya en el siglo XXI, el feminismo en el que militamos individual y colectivamente, privada y públicamente, trata de conseguir los mismos derechos política, legal y económicamente que los que obtienen los hombres, pero no pretendemos ser iguales. Reivindicamos la “diversidad” sin merma de la igualdad de derechos.

En el siglo XVIII las mujeres fueron excluidas del sufragio mediante un “contrato sexual” que tuvo formato de “pacto entre varones”. Y no es hasta un poco después de mayo del 68, cuando se produce un cambio en el feminismo de los derechos y se empieza a teorizar el núcleo de “dominación patriarcal” como eje vertebrador de la relación entre los sexos, para centrarnos fundamentalmente, en la construcción del sujeto femenino que establecerá su propia identidad con respecto al mundo global y a la política en general.

Esto significa que las mujeres salimos del confinamiento y empezamos a crear espacios propios y a desafiar el orden simbólico y patriarcal. Le damos existencia social a las mujeres y tratamos de construir un pensamiento político mixto modificando la realidad y el concepto de democracia, entendiendo que si no es paritaria, es antidemocrática, por lo tanto nos situamos en el centro del debate para validar o desautorizar los procesos de cambio.

Desde la lealtad deciros que las mujeres nos hemos conjurado en un “pacto de ciudadanas”, las comprometidas con “la causa”, para romper con el “sexismo simbólico, el ambivalente, el incorrecto y el benevolente”, y os emplazamos a compartir además de cama y mantel, el Poder.


Fdo: Kechu Aramburu del Río
Feminista.




5 de Mayo de 2008