sábado, 12 de julio de 2014

Ser menor en tiempos de furia


Un menor es, legalmente, una persona que por razón de su edad biológica no tiene todavía plena capacidad de obrar. Y al hilo de los infantes, andando junto a los molinos de viento, justamente en la Mancha, escracheaba el cervantino don Quijote en su batalla contra las depravadas clases dominantes, que la pobreza de espíritu, así como el saber prescindir de las cosas, y sobre todo la carencia voluntaria de las mismas, era asunto para pedestal de heroicidades. 

La otra la pobreza real, la sociológica, la económica, la sobrevenida, la que se hereda o es multicausal, esa que te suele descalificar, e incluso situarte en el ámbito del delito, esa con la que se trafica, esa que se oculta, esa que molesta, que tiene el color de la mendicidad y que ahuyenta al que habita en el confort. Esa está indefensa y además no tiene ningún coronel que le escriba, porque en este bochornoso espectáculo los espectadores no tienen memoria, por eso tampoco tienen remordimientos, ni siquiera una leve conciencia.

Y para cinismo barbárico, en esta decrépita civilización, el desposeído tiene rostro de niña, de menor, de débil, del que no tiene capacidad de respuesta. Se nos acaba de alertar desde un organismo gubernamental, que en el curso pasado, el 23,9 por ciento de menores de 16 años, vivía en hogares con ingresos por debajo del umbral de la pobreza, lo que «significa que de no haber contado con la bendita caridad, la solidaridad y la ayuda pública se hubiera alcanzado el 39,1 por ciento de la población infantil». Añadido a esto, el Observatorio de la Infancia, recalca que «el 44,8 por ciento de menores vive en hogares con carencias en algunos de los conceptos básicos».

Por eso quienes contemplan desde el cinismo, todo aquello que no da réditos, que no tiene voz ni voto, que no tiene mayoría de edad, y lo hacen desde la conversión en observación mediática, literaria, cinéfila, de historia o de agenda política, adquieren la categoría de reos, y deberíamos esforzarnos en recordarles que además de los sabrosos brotes verdes que no han dejado de disfrutar algunos, existe el drama, el dolor y la frustración de quienes primero tienen que comer para crecer y luego defenderse, para impedir que esto se convierta en la Guinea Ecuatorial del sur de Europa.


Kechu Aramburu
Publicado en el Correo de Andalucia,
el 11 de Julio del 2014