
La docencia es posiblemente la profesión más arriesgada en esta
civilización, trabaja con material humano en estado puro o en posición
de desaprender. El alumnado es influenciable, cincelable e indefenso,
hambriento de conocer los centros de interés marcados por su entorno, su
familia y su escuela o universidad.
Tal como nos recordaba Paulo Freire en la Pedagogía del oprimido, “no
se trata de una inmersión en la cultura letrada”, que se aprende
memorísticamente en los libros, que también, exclusivamente
tecnologizada o adaptada al mercado, estamos dando una vuelta más a la
tuerca, que consiste en dar herramientas sin oxidar, para poder ser
capaces de desenvolverse en un mundo de altísima complejidad, con un
gran desinterés por la formación interdisciplinar, cuyos receptores
terminan siendo exportados, y con una desinformación codificadora del
pensamiento único.
Constatada la teoría de VigostsKy, de que el ser humano ya trae consigo un código genético, pero que se desarrolla en función de su aprendizaje, cuando interactúa con su medio sociocultural, nos emplaza a involucrarnos para desarrollar una labor docente de facilitadores de dicho proceso.
Constatada la teoría de VigostsKy, de que el ser humano ya trae consigo un código genético, pero que se desarrolla en función de su aprendizaje, cuando interactúa con su medio sociocultural, nos emplaza a involucrarnos para desarrollar una labor docente de facilitadores de dicho proceso.
Por eso, aunque sería un error construir estrategias en base a
alarmas sociales, igualmente irresponsables serían las personas si se
acomodan a la tolerancia cero frente a la ignorancia, como parte de un
pensamiento débil, por eso la quiebra del sistema educativo puede venir
de sus demoras para incorporarse a los cambios, agudizándose con las
ofensivas, que rayan el escrache, por señalarnos como “adoctrinadores” a
quienes tratamos de hacer ciudadanía libre y critica en nuestras aulas.
Pero siguiendo la línea Kantiana, compartiré que la razón educativa
debe comprender sus límites y sus posibilidades, no somos los enseñantes
salvadores de nadie, pero sí podemos acompañar a los actores de esta
sociedad en el recorrido del fracaso o el éxito, porque nadie aprende a
andar sin antes haber gateado.
Kechu Aramburu.
El Correo de Andalucía, 4 abril 2013