La orfandad y el desamparo al que nos somete la
marcha del centenario Sampedro, tiene
efectos devastadores sobre la conciencia de este país.
No es que se pierda lo mejor de una época
convulsa y sin referentes, el drama es
que el icono de la ética económica y social deja pocos discípulos, que puedan
continuar actuando sin miedo al miedo, como evidencias publicas de la verdad
científica sobre la estafa financiera que gestiona esta España, y que pivota
sobre el desorden político de un gobierno “touché”, y la mirada atónita de un
pueblo agonizante que no da crédito a lo que ve, pero que no acaba de
indignarse suficientemente, a la manera y forma que nos incitaba el maestro.
Era sobre todo un equilibrista perfecto, se movía
intrépidamente en la línea roja, con
imperceptibles baterías dialécticas, que le permitían hacer de la
palabra todo un arsenal mortífero contra el engaño, la corrupción y el
sometimiento de los débiles.
Pero con su elementalismo, conseguía activarnos
la esperanza, en un histórico permanente de la memoria “todo lo que nace muere,
todos los imperios entraron en decadencia, todos los sistemas se agotan o se
destruyen”.
Y
efectivamente incluso el capitalismo se está desmoronando, pero dejando
demasiadas injusticias letales, recordándonos obscenamente que la muerte es el
precio de la vida, a esto le llamaba
entropía, convencido que el mundo occidental estaba sufriendo una vertiginosa
metamorfosis.
Sus lecciones estaban cargadas de antídotos, con
su acérrimo culto a la discrepancia y a
la disidencia, aprendimos a no creer en lo absoluto, a romper con los
dogmas, tuvieran el color que tuvieran,
por eso nunca anaranjó el rojo, ni enmudeció su oposición a los poderosos,
siempre se negó a reproducir la ideología dominante, no tuvo precio.
En una de sus últimas clases explicó, como la
libertad vuela como las cometas, y decía vuelan porque están atadas, y la
cuerda que las sujeta se llama igualdad.
Me he quedado sin oráculo, nos hemos quedado sin
oráculo, beberemos de tu manantial, te prometo que aprenderemos a aprender a
decir definitivamente “no”. Hasta siempre maestro.
Kechu Aramburu.
El Correo de Andalucía, 11 abril 2013