Esa
única fecha, que forma parte de una agenda institucional y social, que debería
servir para dejar exclusivamente de conmemorar, de multiplicar talleres, seminarios y eventos y buscar fórmulas
de mayor utilidad para quienes tienen todas las papeletas de ser víctimas de malos tratos, los cuales además reflejan
la máxima degradación de una sociedad, porque
parte de sus miembros resuelven sus relaciones
“violentamente”.
Según datos oficiales emitidos
por el Gobierno, en España hay 600.000 maltratadores, 2.150.000 mujeres
confiesan haber sido maltratadas, y en el primer trimestre del 2012 se
registraron 30.895 denuncias, 340 al día según el CGPJ, amén de las 43
mujeres asesinadas en lo que va de año.
¡Malditas y tozudas cifras!
Por
eso hay que señalar como el modelo educativo de este país está deslegitimado por su fracasado aprendizaje
social, basado en el que ama, controla y
maltrata hasta provocar a menudo la muerte. Una cultura de la violencia
diseñada con un perverso sentido de la propiedad masculina.
Los malos tratos contra mujeres se
producen cuando las condiciones históricas
generan prácticas sociales que toleran las agresiones. Aceptadas por una
sociedad que ignora, silencia, invisibiliza y a veces, las familias, los
vecinos, minimizan esta violencia y tienen comportamientos meramente
compasivos.
Los autores materiales son parejas, ex
parejas, parientes, novios y esposos, todos tienen en común considerar a
las mujeres usables, prescindibles, maltratables y desechables. La cultura
consolida esta violencia como inevitable y hay un reforzamiento permanente de imágenes,
enfoques y mensajes, que legitiman la violencia estructural. La descarada y
terrible omisión en los PGE del próximo año, que recorta un 24,1% las políticas
de igualdad, y un 6,8% las destinadas a violencia de género, demuestra el deshonesto
modus operandis gubernamental. Estamos ante una “violencia ilegal pero legítima”.
La violencia contra la mujer no es
fenómeno privado, es erradicable si
cambian las condiciones de vida, si cambian las relaciones entre los géneros,
si cambian las relaciones del Estado con las mujeres y, desde luego, en un
sentido democrático del género.
Y puesto que la violencia es el último
recurso del incompetente, y abundan.
Abracemos la igualdad, no sólo como un derecho sino como un antídoto
contra la violencia de género.
Kechu Aramburu
Publicado en el "Correo de Andalucia" el 22 de noviembre del 2012