domingo, 9 de mayo de 2010

La resistencia feminista durante la dictadura franquista

Eran aquellos tiempos en los que el Generalísimo Franco todavía mantenía férreo e intacto su pulso, y yo andaba enfrascada intentando dirigir colectivamente las movilizaciones estudiantiles de los bachilleratos, y no oculto que entonces lo hice bajo el paraguas de la cercanía personal y política, de Felipe González Márquez.

No hacía mucho que él me había iniciado, renglón a renglón en "La dialéctica sin dogma” de Robert Havemann, luego tuve la oportunidad antes de entrar en la Universidad de vivir en directo el Mayo del 68 en la mítica calle San Fernando, desafiando a los temidos “Grises” de entonces, montados a caballo. Poco después llegué a la Hispalense tras una generación privilegiada donde acababan de terminar sus carreras una de las cosechas políticas más brillantes de la Historia de España.


Aquella fue la gran escuela donde conciencia y conocimiento encontraron el caldo de cultivo de unas mujeres que fuimos maquinistas del tren de la resistencia antifranquista. En los albores de esos trepidantes años, recuerdo una noche, en los calabozos de la comisaría de la Gavidia, donde nos habían llevado como siempre, en los aparatosos furgones, después de detenernos en un encierro, aquella vez en la Facultad de Derecho, y en las confesiones de los sótanos, dada la proximidad, me dijo una dirigente maoísta: “el problema, Kechu, es que tú planteas la liberación de la mujer como un objetivo autónomo de la lucha de clases, y eso tiene un tufo “pequeñoburgués”. Yo le contesté que feminismo y marxismo no siempre habían sido un matrimonio bien avenido.

No sé cómo, pero éramos mayoría las mujeres detenidas proporcionalmente, luego he llegado a pensar, que seguramente habría sido porque fuimos las más implacables en no dejar resquicio al Régimen y de ello daba buena cuenta la policía secreta, hombres infiltrados, pero identificados, que formaban parte del paisaje.

La verdad es que por entonces todas las injusticias me parecían obligadamente combatibles, pero había especialmente una, la de la discriminación de la mitad de la sociedad, las mujeres, que me parecía salvaje, y empecé y continué con otras mujeres a fundar y organizar un rosario de organizaciones feministas, muchas de ellas en función de las tendencias políticas, que iban desde el feminismo social, o el de la diferencia hasta el feminismo radical; y todo ello en plena eclosión de las llamadas revueltas estudiantiles, y en el inicio de los últimos coletazos del franquismo, una de las etapas más represivas de la dictadura, donde nuestros más íntimos compañeros de viaje eran “la vietnamita”, el nombre de guerra y la clandestinidad.

Las feministas teníamos referentes en España: Clara Campoamor, Victoria Kent, Dolores Ibarruri… y como la violencia del machismo institucional era tan incisiva, nos obligó a vincular la lucha por las libertades con la lucha por la liberación de las mujeres: la despenalización de los anticonceptivos, la despenalización del aborto, la eliminación del delito del adulterio femenino, o la lucha por la ley del divorcio. En las calles, en las fábricas, en las universidades, en aquel momento, el movimiento obrero, estudiantil y el movimiento feminista nos conjuramos para la conquista de una democracia anti-patriarcal.
No se podría explicar la transición en Sevilla sin el movimiento feminista, no es concebible la recuperación de la memoria histórica sin el feminismo de los años 70 y posteriores. Conseguimos teñir de violeta la conquista de la democracia y la Constitución española, y hoy en el siglo XXI, tendremos que trasladar, desde la historia no oficial, a las nuevas generaciones, de cómo y por qué gozan de esas libertades.


Fdo: Kechu Aramburu.