viernes, 18 de junio de 2010

“La vida no tiene importancia”


A LA MEMORIA DE SARAMAGO

Explicar lo que quisiste decir cuando pronunciaste esa lapidaria frase, hubiera sido una redundancia; fue cuando amenazaste con tu “próxima,” sobre la industria armamentística y sus efectos, pero ellos, tú lo sabes, no se estremecieron, demasiado poderosos para que un Nóbel tambalee su negocio. No se ocupan, ni tampoco se preocupan, la venta de esos artefactos no está en crisis, ni siquiera para la endeudada Grecia, ya nos lo dijo Conh Bendit, la UE le hace prestamos millonarios a nuestros vecinos, para que compren más armas, sean más pobres y más vulnerables.

Pero no sólo eso, también fomentamos el deporte más arraigado de los EEUU, allí se dice: ninguna casa sin un rifle por lo menos, otras veces utilizan esas máquinas para practicar el tiro al plato, hace poco, a un condenado le han pintado con un rotulador el corazón, y cinco voluntarios llamados agentes de la paz, han ejecutado a un hombre, le han disparado a matar en nombre de la ley, en el país de la libertad.

En “Caín” me pareció que sólo amagabas, pero cuando vi que te satanizaba de nuevo la Iglesia, entonces entendí, igual que en el noventa y dos con “El Evangelio según Jesucristo”, que habías vuelto a desvestir el santo, una vez más ejerciste impecablemente la portavocia que te habíamos encomendado.

Sé que nunca te ha temblado el pulso, pero siempre he tenido contigo tantas y tan altas expectativas, que cuando veía algunas voces bajar el tono, cambiar la pluma por el lápiz, cuando había demasiada publicidad y pocos mensajes, cuando se recurría al deporte nacional para hacer patria, te reconozco que, a veces, la cultura del pesimismo, con la que nos adoctrinan como instrumento para destruir la esperanza, se asomaba a mi espacio.

Pero siempre estaba tu palabra, y tal como nos insistías no le dábamos respiro a la muerte, ¿recuerdas en “Las intermediarias...”? siempre he pensado que tu fábula, era un rescate de la fantasía o quizás un arma letal contra los que intentan abolir la rebeldía.

Nos pediste que aguantáramos más allá de la supervivencia, que no aparcásemos las aparentes causas perdidas: Sahara, memoria histórica, violencia de género, etcétera. Y sobre todo nos decías que desmontásemos la cadena de los mitos inventados: Dios, el poder, el consumo, la violencia, la indiferencia y la estupidez. Porque todos ellos han terminado esclavizándonos sin piedad.

Como tú sabes, en ello estamos, y te prometo que no bajaremos la guardia, implacable con las espuelas y débiles con las espigas. Y en tu nombre termino reivindicando el verbo disentir, es uno de los derechos que le faltan a la Declaración de los Derechos Humanos.

Quizás para otros, para otras, ha muerto un gran escritor, mi conmoción es porque se ha marchado un gran referente de la ética, por eso y para eso trataremos de seguir, como tú, combatiendo la ceguera.

Kechu Aramburu del Río.
Profesora de Filología y Género.