
Doña
Cristina, Don Undargarin y cortesanos de la villa, para su desgracia, al igual
que para sus seguidores, están en manos de cutres tardo aficionados, que para
salvar lo que ellos consideran la patria, están siendo capaces de hundir la
credibilidad de un país, y de sus
oxidadas instituciones.
Nosotros,
ingenuos ciudadanos, convencidos de que la orwelliana Hacienda española es el Gran Hermano de nuestras
vidas, que nos hace tambalear por un par de euros, resulta que tiene una lista
de Vips, que no sabemos cuán ingente es. Pero sí que hay nombres de la Corona, como
la Infanta, a quien no se le solicitan las declaraciones de la renta en
sucesivas ocasiones, a pesar de
adjudicársele supuestas ventas de 13 fincas que exceden la módica cantidad de
un millón de euros.
Es
curioso, sospechoso, o simplemente estamos en manos de una pandilla de
incompetentes que sólo se equivocan con los grandes de España, pero jamás
hierran con los pequeños, con la
pequeñísima gente de este país.
Se
sabe que el sistema de control de la Agencia Tributaria se basa en detectar discrepancias, sobre todo las
de mayor importe, y que hasta un 80% de los inspectores y subinspectores de
Hacienda están dedicados a poner el ojo
y el dedo en esta calderilla. Aquí lo único que se ha producido es un colapso
de todos los sentidos, y en todos los sentidos, que neutraliza los principios
de transparencia y se envuelve, una vez más, de opacidad la sagrada hucha donde
volcamos nuestras monedas.
La sonoridad del silencio de “Ella”
y de los suyos no sorprende, simplemente molesta, que la acusen, que la pongan
bajo sospecha y que la respuesta sea “el desprecio y la seguridad”, porque saben que no tienen nada que temer, porque Hacienda
es para los pobres y los empobrecidos, y la Justicia para los iguales. Alguien
dice que cuando un error se comete muchas veces, deja de ser un error, y se
convierte en una opción.
Kechu Aramburu
Publicado en el Correo de Andalucia,
el 20 de junio del 2013