Hay docentes y maestros, hay padres y madres, hay de todo, pero en
estos tiempos revueltos, hay paradigmas que no cambian. El nuevo discurso sobre los procesos de enseñanza-aprendizaje, por supuesto,
incorpora diariamente la innovación y la adscripción a la educación de
ultimísima generación, pero reducido al laboratorio de la formación de
los guías, de la producción teórica, y de voluntarismo de una fauna en
extinción que somos los detractores educativos del Gatopardo.
Pero lo llamativo es
que escasamente se traducen los cambios en las aulas, tampoco en el
currículo articulado por las editoriales, ni en metodologías instaladas
en el confort de las filas de uno en uno, de las clases pseudo
magistrales de pizarra. El abuso del castigo como respuesta a las
incertidumbres de los adolescentes, de la cómoda prohibición a todo, que
te evita dar explicaciones a los impertinentes menores, provocando
comportamientos reactivos en estas jóvenes generaciones, que utilizan
los propietarios del trayecto educativo, para endurecer las pautas de
paisaje escolar, eso sí, siempre bajo el epígrafe «por su bien».
Por eso, el debate de los podencos sobre los galgos es inmoral, si lo que venimos haciendo en la gran España, y en los minúsculos barrios, no está dando resultados de éxito, ya que se necesitan academias privadas, aulas de estudios , madres con la tarea añadida de ser profesora particular de sus hijos, simulacros de recuperación de lo no aprendido en meses, engullirlo en vacaciones, y así hasta montar el negocio de la cultura de lo privado, lo particular, lo punitivo, lo complementario, lo extra, vaciando la escuela de valores, dedicando a enseñar las mismas tablas, los mismos teoremas y peores catones que nuestros antepasados, para concluir aparcando el oficio de educar.
Freire dijo: «Quien se atreve a enseñar nunca debe dejar de aprender».
Publicado en el Correo de Andalucia el 19 de diciembre del 2014