Decía Woody Allen que le interesaba el futuro porque era el sitio donde iba a pasar el resto de su vida. Quizás esa liviana frase nos ayude a interpretar cómo más de dos meses sin gobierno en España deja indiferente a los españoles. Así se desprende de los datos del CIS, según el cual solo el 1,4 por ciento está preocupado porque el país no tenga todavía nuevo gobierno, el mismo porcentaje que los preocupados por la posible independencia de Cataluña.
Se acaba de presentar el último barómetro, que evidencia que el conflicto es otro: la corrupción, la cual ha crecido en días como preocupación en más de 8 puntos, hasta el 47,5 por ciento. Ni un solo encuestado sitúa la crisis migratoria entre las 39 inquietudes de España, y solo el 1,6 por ciento ve la violencia contra la mujer como problema. Tras los refugiados y el racismo, en la cola de los dramas que menos importantes consideran los españoles, están las guerras en general, que solo han merecido la mención como problema del 0,1 por ciento de los preguntados, los nacionalismos (0,2) y las drogas (0,3).
Qué pedagogía mediática se está trasladando a la ciudadanía, qué desinformación tan elaborada, qué manipulación tan exquisita, que les da igual ocho que ochenta, impasibles aparentemente ante el caos civilizatorio, la provisionalidad gubernamental, el terrorismo machista, la mayor crisis humanitaria de la historia reciente, y sólo reaccionan (CIS) ante la corrupción. ¿Qué están haciendo los medios siendo los grandes generadores de opinión?
Qué bien se está señalando que esto no tiene salida, para hacer añorar al pueblo la mano dura, un poco más dura, durísima... La paradoja es que el discurso viene de los corruptores y de los corrompidos, de quienes controlan casi todo. Esos que tienen miedo, terror de que lleguen quienes pueden tirar de la manta. De quienes condenan a un ladrón de bicicletas, mientras los verdaderos delincuentes, algo más encorbatados, siguen en su mayoría esquilmando este país. No olvidemos que el pasado está huyendo, lo que esperamos está ausente, pero el presente es nuestro.
kechu Aramburu.
Publicado el 12 de marzo del 2016 en el Correo de Andalucía.
En la España contemporánea todo es
tan sutil, tan palaciego, tan clásico, como populista, tan centenario,
como novedoso, el caso es comulgar, y el pueblo en silencio y sin
estridencia insiste, aparten de mí este cáliz. ¿Pero tan estúpida les
parece la gente de la calle, que continúan haciendo lo mismo, después de
los varapalos electorales?
Si mordieran el polvo se darían
cuenta de que el personal, cuando quiere comedia o tragedia, se va
directamente al patio de butacas, pero les subleva que le tomen la
cabellera.
Persiste el desconcierto y el desapego encubierto, encauzado o
afluentado vía peñas, maratones, talleres, e instrumentos variados, que
entretienen y despreocupan al público del fango. Cuanta creatividad,
cuanta materia gris desmantelada, para tranquilidad de unos pocos.¡Que
poco escrúpulo tienen, tenerlos ocupados en lo de más allá, para que no
se moleste, no se piense y no se rebelen!
Si este vodevil, de
pasa tú el primero, espero que fracases y después voy yo, más los sketch
escenificados, empeñados en aparentar que están afanados en las
responsabilidades del oficio, pero que la resultante de tanta cábala
desemboca a lo John Wayne, te espero y nos medimos mañana en las urnas.
La
ciudadanía apela a que vuelvan a leer los resultados, cuya mayoría
pidió un gobierno sin malas fotocopias del sombrío pasado. Pero mientras
unos pocos cabalgan y descabalgan, el resto empieza a sentirse
estafado, porque este país, claro que es recuperable, pero hay que
encararlo con principios, como derrotar la máxima de que unas Ritas sean
aforadas, y otras juzgadas.
Algunos creen que el futuro depende de
intereses partidarios, pero la verdad es que trabaja, como un desafío
implacable, sobre las conciencias de las personas.
Kechu Aramburu
Publicado en el Correo de Andalucia el 19 de febrero del 2016