El método es clásico: salen de su espacio anónimo y de su despacho, al principio se sienten inseguros, pero una nube de aduladores se apresura a convencerles de sus excelencias. Algunos líderes borrachos de poder llegan a la megalomanía, y suelen tomar decisiones faraónicas. Construyen edificios emblemáticos, que lleven su nombre y su sello para la posteridad. En su vida personal, se dotan también de suculentos privilegios. Ya no son iguales, son superiores.
Entonces es cuando se desata el miedo a perder lo obtenido. Todos se convierten en enemigos a evitar. Se rodean de mediocres en su entorno más cercano. El rival brillante, precisa ser desactivado. Como Nerón, Calígula, o Claudio se enrocan en su palacio, culminándose con síndromes como el de Moncloa, Génova, o el de la última planta de cualquier empresa o similar.
Los expertos aseguran que afecta más a los varones, y a personas de corta capacidad intelectual. El castigo en las urnas, o la pérdida del bastón de mando, es la pena que lleva implícito el poder arbitrario, y el tratamiento más eficazes un baño de la cruda realidad.
Kechu Aramburudel Río
Publicado en el Correo de Andalucia,
el 21 de Noviembre del 2014