El diagnóstico de lo que pasa en la España contemporánea está
suficientemente hecho. La voz de algunos medios, la tinta de otros pocos, las
denuncias de los afectados, los suicidios de unos, los empleos perdidos de
muchos, la emigración juvenil y forzosa de los siguientes, los demasiados hambrientos,
los inmorales esquiando como si no pasará nada, el ruido de los Goya, la
solidaridad de los iguales, el clamor de la calle, avalan el veredicto de
descomposición no de una sociedad, sino de diferentes instancias del entramado
público y privado de este país.
La cultura del victimismo nos puede convertir en plañideras, haciéndonos
rehenes de la desesperanza y el hastío, desactivándonos para dar la batalla de
construir, o instalarnos en el confort de pensar que otros lo harán por mí, o en la desidia derrotista de
teorizar que esto no tiene solución. Cualquier opción que no signifique, ahora
más que nunca, “tirar para adelante” personal y colectivamente es por omisión cómplice
de los destrozos de cuello blanco, que se están realizando contra la mayoría de
esta joven y enferma democracia.
Es especialmente necesario el papel en primera línea de la ciudadanía
comprometida, ya que el descredito de quienes deberían tener los deberes más
que hechos, es proporcional a sus abusos y a su extrema opacidad, y ahora sorprendidos están atropellándose por
resituarse, olvidando que no basta con serlo y parecerlo a partir de ahora,
sino que la ética, la honestidad, la transparencia, y la austeridad aplicada a
uno mismo, no son virtudes que se deben tener, sino que se deberían haber
tenido antes de ser cogidos “in fraganti”,
como requisitos mínimos para representar al pueblo y ejercer la cosa política,
y no me refiero a unos en concreto, sino a quienes les afecte, que no son
pocos.
Por lo tanto, para empezar a reconstruir lo que hoy no es solo desapego,
sino ruptura entre representantes y representados, hace falta redefinir y firmar un nuevo contrato social,
donde los padres y madres
constitucionales no estén contaminados
por el presente o el pasado, teniendo inexorablemente que empezar hoy mejor que
mañana, porque corremos el riesgo de poner en peligro la democracia, la que
quiere decir derechos e igualdad de oportunidades para todos,
así si podríamos.
Kechu Aramburu.
El Correo de Andalucía.
21 febrero 2013.