A Gabriel García Márquez (1927) se lo perdonaron todo, hasta ese último libro, Memoria de mis putas tristes, apología de la violación, la misoginia y la violencia contra las mujeres, que recibió el mismo aplauso que sus magníficas obras anteriores, y no era ficción nacida de la mirada, era la pluma del escritor. Todos coinciden, la mujer es inferior.
En el siglo XXI continuamos fabricando cultura masculinizada, construyendo sociedades duales, de varones y hembras, de fuertes y débiles, de dueños y esclavas. Y ahora cuando al final de esa monstruosa arquitectura de relaciones económicas, emocionales y demás variables, algunos de ellos terminan matando a su propiedad privada, las mujeres, se enciende semanal o mensualmente el piloto ámbar, a modo de recordatorio de «ha caído otra».
Algunas instituciones arbitran paquetes de medidas de Mejoras de los Procedimientos, las organizaciones de mujeres nos manifestamos, en las localidades se declara luto, y todo sigue igual, ¿no será que la respuesta o no es la adecuada, o es cuanto menos tremendamente insuficiente?
En ausencia de otros patrones, se siguen elaborando identidades a partir del dominio y la posesión. Esta constatación supone un clamoroso fracaso político. No podemos permitir ningún retroceso en los instrumentos de prevención ni facilitar el desarme social y cultural frente a esta insoportable violencia.
El feminicidio, en tanto que asesinato sexista, es la cima de la normalización y la tolerancia de la violencia de género, erradicarlo es una emergencia social, que requiere una determinación total y global, y es una condición para no agrietar más la democracia.
Kechu Aramburu del Rio
Publicado el martes 12 de Agosto del 2014
En el Correo de Andalucia.