La cultura Friki, tiene una máxima que reza “la normalidad es una estafa”. Y la descalificación del infantilismo, ya se sabe que las personas de provecho consideran inmaduro a todo aquel del que no se pueden aprovechar.
Me refiero a las declaraciones del asesor de cabecera de Mariano Rajoy, sobre la irrupción de un nuevo fenómeno: “Todos los frikis acaban planeando sobre Madrid”, o el Presidente de Metroscopia, poniendo en cuarentena el voto de un millón doscientos mil españoles, o los Florianos o Jarrones, preocupados por la deriva bolivariana del país.
El tema no es la virtualidad de una opción política, sino que se tenga que usar la descalificación o la criminalización, cuando se acaban los argumentos. El interés social, estriba en que se ha señalado que, demasiada ciudanía se ha quedado en casa porque ha dejado de creer en las instituciones, o se ha dicho ¡Basta! a una determinada forma de hacer política, y sobre todo ha obligado a todos a repensar, a salir del inmovilismo, a hacer transparente y participativa la acción política, a no tener miedo al gigante.
Por eso, comparto algunas pinceladas anexas sobre nuestra literatura, cuando se alude al frikismo indudable de Cervantes, o de El Quijote, significando que las grandes novelas francesas e inglesas del XVII y el XVIII, que no hacían más que emular a El Quijote, son grandes novelas frikis. El siglo XIX español, francamente, no es muy friki, aunque ahí están Larra y, a ratos, Espronceda. A finales del XIX, nos encontramos con Unamuno, que era un inmenso friki, así como Baroja y Azorín. Borges es el mayor friki del siglo XX, un friki solo comparable a Kafka.
Por lo tanto sería aconsejable ladrar menos, aprender más y rectificar mucho más.
Kechu Aramburu del Río
Publicado en el Correo de Andalucia,
el lunes 2 de Junio de 2014