Sevilla está bajo sospecha, de ser profundamente hermética y desconfiada. Se le acusa de abrir solo las puertas de la Maestranza, la portada de la Feria, y la Madrugá, lo demás se lo trabaja la vecindad, y el resto lo pagamos, y lo visita el turista. Y así hasta la sustancia blanca de nuestros propios huesos.
Se ha necesitado novelar la leyenda de la Sevilla abierta para encubrir, no la magia consustancial a una poderosa historia sino, la miseria de quienes nos han condenado a contemplar cómo sólo con cruzar tres calles, pasas de la miseria de la Tres Mil, a la abundancia de esa Avenida sobre dotada de palmeras, por donde se entra a la ciudad. Esa es la foto de la Sevilla que duele y que hay que cambiar.
No basta el discurso, ni las promesas, ni siquiera un programa, y tampoco cambiar exclusivamente rostros, ni subir o bajar a secas la edad de los gobernantes. Después de tanto engaño, Sevilla necesita ser gobernada por la ciudanía, por quienes son y además lo parecen.
Kechu Aramburu
Publicado en el Correo de Andalucía el 5 de Septiembre 2014