El sabio pueblo chino describe cualquiera de las crisis a partir de dos rasgos: la toma de conciencia del peligro y el reconocimiento de la oportunidad para cambiar, para salir del alarmante inmovilismo.
Este país, estos amigos y estos menos amigos, que tienden a condenar el talento y el éxito ajeno entre iguales, y que le salvan la vida a aquellos con quienes no se pueden comparar, se abastecen del gran pecado capital que es la envidia, y que es irrefutablemente una declaración de inferioridad, es el gusano roedor del mérito, por eso a menudo el silencio de algunos y algunas está lleno de ruidos.
Hay un poema de Marianne Williamson, que era el favorito de Mandela, y que recitaba así: “Nuestro temor más profundo no es que seamos inadecuados, sino que seamos demasiados trabajadores, o lúcidos, o premiados…”
Hay una aproximación al síndrome del avestruz, sencillamente inmoral, en un plano más profesional y humano, que consiste en estar mal visto que te vayan bien las cosas inmateriales. Detrás de este tipo de conductas se esconde un artefacto tan sibilino como destructivo, que no solo nos adultera, sino que paraliza los avances de la sociedad ya sea en la educación, en la lucha por la igualdad y en tantos otros frentes… Según la RAE la envidia está definida como una emoción, “deseo de algo que no se posee, tampoco intelectualmente”, lo que provoca “desdicha al observar el bien ajeno” y nos lleva a poner el foco en nuestras carencias.
Es tiempo de “marchas por la dignidad”, empecemos por nosotros mismos y dejemos de demonizar el éxito ajeno para comenzar a valorar y aprender de las debilidades y las fortalezas que han permitido a otros y a otras, subir algún peldaño para construir un mundo ,sencillamente, algo mejor.
Publicado en el Correo de Andalucia el 21 de Marzo del 2014