Mi aula, situada en el corazón de la exclusión social, la preside un rotulo que dice “yes we can”. Lo puse en tiempos de Obama, sin olvidar el rezo de los haitianos de que “un mulato pobre es negro y un negro rico es mulato”, y ahora tengo la sensación de haberme instalado en el neoilusionismo y en la promesa por cumplir con mi alumnado.
Cada día, para empezar a trabajar con ellos, he buscado multitud de fórmulas para motivarlos, ya que el currículum suele adolecer de esa componente, y casi siempre había una muletilla que les repetía: “si estudiáis, podréis hacer Bachillerato, FP, una carrera, tener trabajo y vivir mejor, mucho mejor que ahora”.
Cuando se enteren de que el ejército de parados está compuesto fundamentalmente por gente sin estudios, y que ellos ya no podrán estudiar porque Wert y los suyos han declarado solemnemente que se acabaron las becas para los pobres y empobrecidos.
A estas alturas pensarán que sus profes les hemos estafado cuando sepan la verdad, que para ellos no existe El Dorado, que ahora como nunca han decidido excluirlos y disuadirlos del sistema educativo.
Habría que recordarle al ministro lo que les pasa a los alumnos sin recursos. No es que sean unos vagos, no es que pretendan que les regalen la nota, es tan sencillo como que sus familias están en paro, sin dinero y sin posibilidades de futuro, por eso ellos viven el presente y no conocen “el factor esperanza”.
La desatención con la igualdad de oportunidades, con la inclusión, se traduce en: 50.000 profesores menos fundamentalmente de apoyo, 26% de abandono escolar, subiendo 9 puntos en zonas de exclusión social, amén del 2% de fracaso escolar entre los hijos de las clases altas y el 40% entre las familias sin estudios, según la OCDE.
Y yo ingenuamente, como tantos otros docentes, inculcándoles los principios del esfuerzo, de la socialización del éxito, del “yes we can”.
Cuenta Cicerón que fue Damocles invitado a palacio por el rey Dionisio II. Una vez allí, fue objeto de todas las consideraciones dignas de un monarca. Pero cuando más feliz se creía, advirtió una afilada espada que pendía sobre su cabeza. El cortesano comprendió entonces cuán ilusoria es la felicidad.
Kechu Aramburu
Publicado en el Correo de Andalucia el 27 de junio del 2013