El desplome de la autoridad política e institucional, tal como se ha venido contemplando desde el Derecho romano, en el sentido de legitimación, de reconocimiento social, que conlleva un valor moral de alto voltaje, está servido. 
Un clásico de los neoliberales de América Latina, a finales del siglo pasado, intentaba amedrentarnos, recordándonos que en las primeras elecciones celebradas en Francia después de Mayo del 68, la derecha gaullista obtuvo una rotunda victoria; personaje interesado en desmontar la tesis de Foucault, sobre como la religión, la justicia, el lenguaje, y la anti política, a veces en el mundo occidental se convierten en estructuras de poder, para enajenarnos a fin de perpetuar los privilegios.

Por eso, el autoritarismo castrador, la ambigüedad cincelada, el cinismo excusante, la mayoría absoluta como razón del gobierno por decreto, la defunción del consenso, la ausencia de liderazgos, el descrédito de la política, la insoportable convivencia de la opulencia y la miseria. El prostituido ejercicio del magisterio cultural e intelectual, el abuso del diccionario de este tiempo, sustentado en prohibir, suprimir, abolir, discriminar, segregar, reducir, estafar, mentir, suspender, castigar, abonan el campo para salidas populistas, para marcas blancas, para abstenciones pasivas o activas.

Este diseñado desorden económico, este esperpéntico paisaje político, esta injusta justicia, esta inconcebible paciencia de la oposición, de algunos agentes sociales, no deberían dejar que se pudra la fruta.

Es absolutamente insoportable para la gente que está supuestamente en la barrera, el juego de ajedrez del rey, la reina, sus alfiles y peones en este tablero español.

También hay jugadas maestras, en este castillo de naipes, algunas como la del futuro expresidente reorganizando el mapa político andaluz. La de Izquierda Unida eligiendo como coordinador a un avalista del cambio. Otras impúdicas, como la aceptación de un país sobreexpuesto al chantaje por la presunta financiación ilegal de la derecha gubernamental, o miembros de la judicatura, emulando a la vecina Italia en sus transferencias con el poder político para derribar algún gobierno autonómico.

Aquí y ahora ¿quién tiene entonces “palabra” como fundamento de la práctica política?